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Wednesday, March 15, 2006

PERO APRENDÍ

La noche de ayer me trajo sorpresas. Ordenando los cajones de mi escritorio, y eliminando harta basura que fielmente me ha acompañado por mucho tiempo debido a mi ineptitud para los quehaceres domésticos, encontré una especie de agendita celeste por la cual los años parecían no haber pasado. La abrí con curiosidad, las hojas estaban un tanto pegadas y eso aumentaba mis ansias por saber que contenían aquellas páginas.

Contenido de la agenda: vergonzosas historias de amor, declaraciones secretas que nunca salieron a la luz, palabras llenas de cursilería y de historias que ni yo me las creo. Sí, al parecer fueron mis primeros intentos por escribir, al estilo de Corín Tellado pero mi intención era escribir.

Me sorprendió bastante lo que leí sin poder eliminar un creciente tono rojo de mis mejillas. Yo nunca he sido una romántica soñadora, bueno sí lo soy pero no al estilo del floro barato o la empalagosa cursilería. Eso sólo me gusta verlo en alguna que otra película rosada siempre y cuando el galancito esté a la talla de Adrian Grenier o Shane West. Entonces era incomprensible que haya escrito esas historias sin haber tenido un motor generador de ideas particular, y es ahí donde caigo en cuenta.

Sin precisar fecha exacta y especulando, para la época donde creé estas horrorosas “historias de amor” cursaba yo el primer año de la secundaria. No contaba ni con 13 años encima. Sumergida en las telenovelitas y los primeros amores colegiales que resultaban ser más picantes que los que me ofrecía la caja boba, recuerdo haber querido escribir algo que todos lean. Todos = mis compañeros de clases.

Un grupo de mis amigos estaban escribiendo un libro, al menos eso decían y tenía que ver con su fijación por la blusa blanca de una profesora. Hombres, sí, el grupo de escritores estaba conformado sólo por hombres. No era posible entonces que mis amigos escriban y yo no. Que muestren sus escritos mientras los míos se leían en las actuaciones pero por decisión personal quedaban en el anonimato. Ah no.

Y empecé a escribir. Escribir para otros. Desde la elección de la primera palabra intentando ganar la aprobación de otros. Escribí para que me lean, sólo para eso. Ya recuerdo, y eso me resulta más penoso que mis cursis historias cuya razón de ser ahora comprendo.

Esas historias no llevan nada de mi. Si no estuvieran escritas con mi peculiar e innegable letra jamás aceptaría su autoría. Cada vez que escribo lo hago porque así lo deseo, necesito. No mentiré diciendo que escribo sin tratar de encontrar la palabra más atrayente al lector, para que no lo deje huir del escrito y se quede encerrado entre puntos y comas. Claro que escribo para que me lean, pero jamás volveré a escribir teniendo sólo eso en mira.

Desde hace mucho ya que el escribir se ha vuelto una actividad muy personal para mi. La mayoría de lo que escribo pasa inmediatamente a mi bitácora personal. Frente a la computadora o al papel con la decisión de escribir se presenta un aluvión de ideas, motivos y objetivos. Sí, objetivos, porque siempre escribo para algo. Ya sea eliminar algún pensamiento inquietante de mi ser, mejorar e ir puliendo mi manera de escribir, siempre busco algo en lo que hago. Y, obvio, si es el caso pues que me lean.

Si por mi deseo de que una de mis historias sea muy popular y leída, en el contexto de mis doce años, llegué a producir algo titulado “Todas las caras del amor” misma producción de Televisa, es aquí donde me comprometo a no volver a mermarle el valor que tiene el escribir. No interferir más en el proceso creativo sólo por buscar ser leída, no poner reparos a lo espontáneo porque tal vez a la mayoría no le guste.

¿Las historias cumplieron su propósito? ¿Deleitaron a mis amigos y compañeros de clase? Gracias a un momento de lucidez, NO. Nunca las enseñé. Probablemente al terminarlas y leerlas me di cuenta que no eran las historias con las que quería que mis amigos me relacionen. Esas historias nadie las leyó, hasta ahora nadie las ha leído ni leerá. Al acabar de recoger la basura me aseguré de dejar espacio en la bolsa para mis cursis relatos.

Aunque pensándolo bien, mejor las conservo. Total, probablemente sean las historias que mayor lección hayan encerrado para mi hasta ahora. Paradójico. De toda historia que creo me propongo tenazmente aprender algo y a veces no lo logro. De estas historias aprendí sin proponérmelo.

Gracias a mi pereza la bolsa de papeles, de basura aún sigue aquí y ellas también.

1 Comments:

Blogger stefanie said...

Jayito de mi vida!!! Cómo no hacer alusión a este amigo mio que siempre sabe aparecerse en el momento preciso!!!. Ahí está la ironía, todos piensan que la oratoria y el hablar(toda una lora yo!)es mi mayor pasión, pero no. La oratoria me fascina, me encanta y lo sabes pero mi gran amor siempre ha sido el arte de escribir. Ya lo sabes Alejandrito, claro que tú yo yo podemos charlar todooooooo lo que quieras y cuando quieras eh!

2:39 PM  

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