adictiva ironía

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Location: Jesus Maria, Lima, Peru

Tuesday, March 21, 2006


Agradezco el contar contigo

“Para eso estás, para conquistar el mundo”, dijo él. Entre la bulliciosa caterva y el impenitente sol sostuve una de las clásicas pláticas con un señor al que más tarde presentaré. Los cambios y giros en la vida aparecen los esperes o no. Así estés lista a afrontarlos o no. No les interesa. Caen como la visita menos esperada y sin estar dispuestos a darte tregua. Y entonces viene el proceso de adaptación, proceso que sinceramente no goza de mi total agrado.

Acoto ello, porque justo la conversación con esta persona giraba en torno a mi nueva situación, a mi nueva vida si se le puede decir. Aunque creo que el adjetivo nuevo le queda grande a la realidad. En fin, hablábamos. Estaba yo asumiendo una nueva responsabilidad y reto en mi vida y este personaje consideró apropiado encomiarme y alentarme como lo viene haciendo durante 18 años.

Su desbordante experiencia de vida, sus incontables logros y su altruismo puro saltan a la vista. Cada palabra que profiere aumenta mis ganas de tener una libretita conmigo y perdurar así su sabiduría en el tiempo. Mixtura entre humildad y orgullo, entre autoridad y complacencia, cantidades exactas y perfectas que permiten que entiendas lo que te quiere decir. En realidad, permite que sientas lo que está diciendo.

Esta persona no tiene miedo a soñar en grande. Se proyecta sin reparo alguno. Contagia su idealismo que no ha envejecido a pesar de contar con unas cuantas décadas encima e incluso de haber dedicado una de esas décadas al asesino de ideales por excelencia: la política.

“Tienes que pensar en positivo. Mantente optimista. No hay nada que no puedas lograr”, dijo firmemente sin titubear. La experiencia le permite hablar, pues que no ha hecho esta figura para llegar al lugar donde se encuentra ahora. Lugar con el que no está 100% satisfecho pues ya tiene en mira muchos planes más.

“Sé que lo harás de la mejor manera, así eres tú. Lo dominarás”, aseveró y cada palabra dimanaba una confianza plena. No sentí evidencia de duda alguna. ¡Qué alegría! ¡Qué responsabilidad! Tener a alguien como él
apoyándome las 24 horas del día, tener su confianza depositada en mí es definitivamente una bendición divina.

Asunto por dominar: el idioma francés. Situación nueva: vivir sin mis padres. El personaje: mmm. Escribo esto para que los que no tienen la dicha de conocer a esta persona conozcan aunque sea una pizca de su magnanimidad. En cada pequeño detalle surge una lección de vida si es él quien te acompaña. El texto va dedicado a todos los que no tienen el privilegio de llamar al protagonista de este post, "ABUELITO".

Wednesday, March 15, 2006

PERO APRENDÍ

La noche de ayer me trajo sorpresas. Ordenando los cajones de mi escritorio, y eliminando harta basura que fielmente me ha acompañado por mucho tiempo debido a mi ineptitud para los quehaceres domésticos, encontré una especie de agendita celeste por la cual los años parecían no haber pasado. La abrí con curiosidad, las hojas estaban un tanto pegadas y eso aumentaba mis ansias por saber que contenían aquellas páginas.

Contenido de la agenda: vergonzosas historias de amor, declaraciones secretas que nunca salieron a la luz, palabras llenas de cursilería y de historias que ni yo me las creo. Sí, al parecer fueron mis primeros intentos por escribir, al estilo de Corín Tellado pero mi intención era escribir.

Me sorprendió bastante lo que leí sin poder eliminar un creciente tono rojo de mis mejillas. Yo nunca he sido una romántica soñadora, bueno sí lo soy pero no al estilo del floro barato o la empalagosa cursilería. Eso sólo me gusta verlo en alguna que otra película rosada siempre y cuando el galancito esté a la talla de Adrian Grenier o Shane West. Entonces era incomprensible que haya escrito esas historias sin haber tenido un motor generador de ideas particular, y es ahí donde caigo en cuenta.

Sin precisar fecha exacta y especulando, para la época donde creé estas horrorosas “historias de amor” cursaba yo el primer año de la secundaria. No contaba ni con 13 años encima. Sumergida en las telenovelitas y los primeros amores colegiales que resultaban ser más picantes que los que me ofrecía la caja boba, recuerdo haber querido escribir algo que todos lean. Todos = mis compañeros de clases.

Un grupo de mis amigos estaban escribiendo un libro, al menos eso decían y tenía que ver con su fijación por la blusa blanca de una profesora. Hombres, sí, el grupo de escritores estaba conformado sólo por hombres. No era posible entonces que mis amigos escriban y yo no. Que muestren sus escritos mientras los míos se leían en las actuaciones pero por decisión personal quedaban en el anonimato. Ah no.

Y empecé a escribir. Escribir para otros. Desde la elección de la primera palabra intentando ganar la aprobación de otros. Escribí para que me lean, sólo para eso. Ya recuerdo, y eso me resulta más penoso que mis cursis historias cuya razón de ser ahora comprendo.

Esas historias no llevan nada de mi. Si no estuvieran escritas con mi peculiar e innegable letra jamás aceptaría su autoría. Cada vez que escribo lo hago porque así lo deseo, necesito. No mentiré diciendo que escribo sin tratar de encontrar la palabra más atrayente al lector, para que no lo deje huir del escrito y se quede encerrado entre puntos y comas. Claro que escribo para que me lean, pero jamás volveré a escribir teniendo sólo eso en mira.

Desde hace mucho ya que el escribir se ha vuelto una actividad muy personal para mi. La mayoría de lo que escribo pasa inmediatamente a mi bitácora personal. Frente a la computadora o al papel con la decisión de escribir se presenta un aluvión de ideas, motivos y objetivos. Sí, objetivos, porque siempre escribo para algo. Ya sea eliminar algún pensamiento inquietante de mi ser, mejorar e ir puliendo mi manera de escribir, siempre busco algo en lo que hago. Y, obvio, si es el caso pues que me lean.

Si por mi deseo de que una de mis historias sea muy popular y leída, en el contexto de mis doce años, llegué a producir algo titulado “Todas las caras del amor” misma producción de Televisa, es aquí donde me comprometo a no volver a mermarle el valor que tiene el escribir. No interferir más en el proceso creativo sólo por buscar ser leída, no poner reparos a lo espontáneo porque tal vez a la mayoría no le guste.

¿Las historias cumplieron su propósito? ¿Deleitaron a mis amigos y compañeros de clase? Gracias a un momento de lucidez, NO. Nunca las enseñé. Probablemente al terminarlas y leerlas me di cuenta que no eran las historias con las que quería que mis amigos me relacionen. Esas historias nadie las leyó, hasta ahora nadie las ha leído ni leerá. Al acabar de recoger la basura me aseguré de dejar espacio en la bolsa para mis cursis relatos.

Aunque pensándolo bien, mejor las conservo. Total, probablemente sean las historias que mayor lección hayan encerrado para mi hasta ahora. Paradójico. De toda historia que creo me propongo tenazmente aprender algo y a veces no lo logro. De estas historias aprendí sin proponérmelo.

Gracias a mi pereza la bolsa de papeles, de basura aún sigue aquí y ellas también.

Saturday, March 11, 2006

Caí en tentación

Infalible. Cada vez que estoy muy triste, molesta, nerviosa, preocupada, feliz, ansiosa, en fin cada vez que estoy “muy algo”, ESCRIBO.
Escribir es el desfogue perfecto para todas las emociones de mi ser. La pluma va trazando sus pasos de baile en el papel, y por fin mi alma va depurándose de todo lo que la aqueja. Claro, por todo este rollo de la tecnología también el sonido típico del teclear advierte a mis familiares que no estoy, que intento transportarme a un mundo creado por mi, que intento dotar a este mundo de todo lo que necesite para que pueda independizarse de la realidad y así al leerlo yo también me desligue de la monotonía de los días.

Todo el que me conoce sabe que odio la computadora, que la tecnología en sí a mi no me facilita la vida, que me la complica y dificulta porque mi mente con los botones y cablecitos no se entiende. Sí, re primitiva, lo sé. Así funciono pues. En cambio, la pluma y el papel son mis fieles aliados, con ellos no te llevas sorpresitas inoportunas. Nada que ya estás terminando un texto, un trabajo, lo que fuere y en eso te acuerdas de la madre de todos los científicos porque por razones que debido a mi ignorancia desconozco, de tu trabajo solo queda el cursor que sigue parpadeando. Es como si estuviera listo para que empieces a escribir todo de nuevo, como si se burlara de tu desgracia y dijera: “No importa, total las ideas y el tiempo a ti te sobran”.

Pero a pesar de mi rechazo por las computadoras y sé que es mutuo, porque siempre pierdo mis trabajos, admito que son un mal necesario. Para mi, claro está. Todo esto del blog está en boga, y me parece interesantísima la oportunidad de hacer públicas ciertas ideas que de los papeles amarillentos archivados en el último cajón de mi cómoda no han pasado. Comunico entonces que ya llegué a “bloggerlandia”, y que pienso quedarme por estos lares.

¿Qué es lo que busco con “Adictiva Ironía”?. Teniendo en cuenta que no necesariamente mi afán y deslumbramiento por el arte de escribir me permite fungir de buena escritora, entonces necesito de las críticas y las prácticas. Recién empiezo en este proceso de formación, aprendizaje al cual me encuentro totalmente dedicada. Porque existen cosas en mi vida que no me interesan hacerlas realmente bien, sobresalir haciéndolas (y ese enunciado no lleva nada de mediocridad), pero el escribir, ay, el escribir es el aliciente más fuerte que encuentro, escribir bien para mi es cuestión de vida o muerte.
Escribir es poder comunicarme, poder exteriorizar lo que realmente llevo en mi, es lograr la convención perfecta entre mis pensamientos y las palabras, logrando así la convención perfecta entre los seres que me rodean y yo. Algo tan básico y necesario gracias a palabras inertes esperando por el hálito de vida proveniente de una insaciable imaginación.


Así que admito que no puedo resistirme más a la oportunidad de tener otro lugar donde escribir y por ello a pesar de mi fobia a las máquinas, caí en tentación y aquí queda como prueba de mi debilidad “Adictiva ironía”.